Si alguien me hubiera dicho algunos años atrás que ahora tendría tantas fotos y que casi, casi sería una experta en el arte del selfie, me hubiera reído hasta orinarme encima. Sin exagerar! EN ABSOLUTO!
Siempre me ha gustado la fotografía, otra vez, nada que sea una profesional (todavía, pero sueño, sueño, oh, sueño que alguien día podré serlo), pero es una de mis pasiones, algo que me hace sonreír con premeditación. Así pues, como decía, siempre me he gustado, pero sólo y exclusivamente si yo estaba detrás de la cámara. Yo era la clásica persona que cuando veía una cámara a la redonda, empezaba muy sutil o ni tanto, a derretirse detrás de otro alguien a fin de pasar más que desapercibida, yo buscaba ser invisible. Por años, en todas las fotos de las actividades de las que tome parte, ya fueran con amigos o familia, me las pasé detrás del lente. Yo era quien tomaba la foto, y si por desgracia tenía la mala suerte de no poder evadir posar para una foto, literalmente me ponía de muy mal humor.
Me consideraba a mí misma irremediablemente: NO FOTOGÉNICA incluso a oscuras. Lo mío era dramático.